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En el siglo IV a.C. Hipócrates, el llamado “padre de la medicina”, dijo “que tu alimento sea tu medicina y tu medicina sea tu alimento”. Sobre los cimientos de esta forma de interpretar la salud, se inició la búsqueda de una teoría que pueda relacionar los hábitos alimenticios con el correcto funcionamiento de todos nuestros sistemas, un tema que hoy más que nunca está en boca de todos.
Omnívoros, vegetarianos, veganos, crudiveganos...existen innumerables formas de alimentarse y desde luego, las hay mejores y peores, al fin y al cabo, la comida es la gasolina para nuestro cuerpo y por supuesto, la calidad del combustible influirá en el rendimiento de la máquina que es nuestro organismo.

Alimentación y salud

El resultado de nuestra alimentación influye en nosotros a todos los niveles, y la salud y el aspecto de nuestra piel no es una excepción.
Hoy en día es bien sabido que la dieta juega un papel muy importante en el desarrollo de algunas enfermedades crónicas como la enfermedad cardiovascular, el síndrome metabólico, la diabetes mellitus tipo 2 y algunos tipos de cáncer, así como en el perfil lipídico, la presión arterial y la función endotelial.


Cómo influye lo que como en el estado de mi piel?

 Varios estudios científicos han demostrado que múltiples aspectos relacionados con la dieta están directamente implicados en características como el tono de la piel, la cicatrización, la intensidad de las manchas o la flacidez cutánea.
Por ejemplo, el consumo de carotenoides (presentes en las verduras y frutas de color rojo anaranjado) reduce el estrés oxidativo y sus niveles en el cuerpo se relacionan directamente con la coloración de la piel. Múltiples especies animales cuentan con características físicas o “adornos” coloridos que deben su tonalidad a los carotenoides y actúan como un reclamo sexual ya que son un signo inequívoco de salud. Del mismo modo, en los humanos, los niveles de carotenoides dotan a la piel de una coloración anaranjada más atractiva frente a una más pálida en organismos con deficiencia de estas sustancias. Esta concentración es además más elevada en aquellos individuos que realizan ejercicio físico y tienen unos niveles bajos de grasa corporal.
En la línea del consumo de frutas y verduras, es sobradamente conocido el beneficio de frutas como la uva, los frutos rojos y el pomelo que han demostrado acción protectora frente a los daños cutáneos producidos por la radiación UV incluyendo la carcinogénesis o formación de tumores a través de múltiples mecanismos.
Los alimentos ricos en cobre como las ostras, el tofu, los boniatos o las setas shitake contribuyen a mejorar la elasticidad de la piel y promueven la correcta cicatrización. El zinc, el hierro y el selenio participan en la proliferación de algunas de las células que forman la piel y éste último además estimula la acción de enzimas antioxidantes. Las ostras son de lejos el alimento más rico en zinc, mientras que el hierro lo podemos encontrar en grandes cantidades en productos económicos y aptos para el consumo diario, como espinacas y legumbres. A aquellos que os gusten los frutos secos, os recomendamos incluir en vuestra dieta nueces de Brasil para un aporte extra de selenio.
Otra gran aliada para el cuidado de la piel es la vitamina C, el antioxidante por excelencia, presente en gran cantidad en los cítricos, el perejil, el brócoli y las coles de Bruselas, el pimiento rojo y algunas frutas exóticas como la guayaba, la papaya y el litchi.
No podemos olvidar en la lista de nuestro arsenal antienvejecimiento los polifenoles, metabolitos de plantas abundantes en vegetales, frutas y té. Actúan inhibiendo la degradación de colágeno y aumentando la producción de este.
Por último, no podíamos dejar de mencionar, además de aquellos alimentos adecuados para la promoción de la salud de nuestro organismo y nuestra piel en particular, otros que no resultan tan interesantes y podrían aportarnos beneficios al reducir su consumo. Hablamos concretamente de los hidratos de carbono, sí, ¿a quién no le encantan? El problema es que las moléculas estructurales de la piel como la elastina y el colágeno pueden dañarse por efecto de un proceso llamado glicación. Este proceso genera unos productos que favorecen el estrés oxidativo, que conduce a un mayor daño celular favoreciendo la muerte de las células, alteraciones en el ADN de estas y reduce su proliferación, empujándonos de forma precipitada al envejecimiento cutáneo.
Otro producto digno de restricción es la sal. Su consumo excesivo produce estrés osmótico que altera la activación de algunas células relacionadas con un aumento de la respuesta inflamatoria y una peor cicatrización cutánea.

Esperamos que estos tips sobre alimentación os sean útiles y que además de sentiros genial por dentro, os veáis estupend@s por fuera.
 

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